REALISMO EXISTENCIAL (03-08-2001)

Después de la Segunda Guerra Mundial surgió un movimiento filosófico que ha impregnado el pensamiento y las actitudes de la segunda mitad del siglo pasado. Me refiero al existencialismo. Una filosofía y una actitud pesimista, basada en la concepción de la existencia humana abocada a la nada y llamada a la desaparición más absurda como es la muerte. Sus raíces están en la filosofía existencial, que nació de la revuelta romántica del siglo XIX con su principal exponente, el filósofo danés Soeren Kierkegaard. Autores como Heidegger y Sartre influyeron en toda una corriente de opinión existencialista expresada en obras de teatro o de ensayo muy importantes para la comprensión del siglo XX, cuando haya una suficiente perspectiva histórica para profundizar en él.

Aquella manera de entender la existencia, como un absurdo que provoca náuseas y una angustia existencial impresionante, ha ido evolucionando a medida que pasaba el tiempo y en los últimos veinte años se ha ido elaborando, como una evolución de aquel existencialismo decimonónico, una nueva corriente llamada “realismo existencial”. Su iniciador, el Dr. Alfredo Rubio, fue precisamente uno de los primeros autores existencialistas en lengua castellana.

El realismo existencial, más que un pensamiento abstracto sobre la vida y su devenir, se basa en la evidencia de la propia existencia y en la aceptación de todo aquello que la ha posibilitado, partiendo de la base de que podríamos no haber nacido, si las cosas hubieran ido de otra manera. La aceptación de la realidad, como la única posible, lleva a vivir en la alegría la propia existencia, ya que de ninguna manera podríamos tener otra. A partir de aquí, las consecuencias positivas que se derivan y que el mismo autor elaboró en sus escritos, hacen de esta corriente de pensamiento posiblemente lo que durante el siglo XXI influya en las actitudes de los hombres y las mujeres de nuestra cultura.

Fermí Manteca

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EL MITO DE LA INFORMATICA (27-07-2001)

Las nuevas tecnologías han aportado y están aportando una evolución y un progreso enorme a nuestra cultura y a nuestro mundo. La electrónica ha posibilitado el hecho de poder procesar y ordenar una gran cantidad de datos y el descubrimiento de los números binarios adaptados a los microchips permite realizar operaciones a gran velocidad. Todo este proceso, unido a las comunicaciones telefónicas o por ondas hertzianas, está llevando a cabo la transmisión de datos a través de todo el mundo, que cada vez se vuelve más pequeño.

Esta realidad de la informática se presenta cada vez más necesaria para cualquier trabajo. Los niños y jóvenes, ya desde pequeños, empiezan a tomar contacto con este mundo de los ordenadores y de Internet. Las escuelas, por apartadas y pequeñas que sean, tienen sus aulas de informática y a muchos padres se les plantean problemas nuevos en relación con este tema. Las empresas, aunque sean pequeños negocios familiares, comienzan ya a introducirse en este mundo y se informatizan para no quedarse atrás.

Las posibilidades que ofrece la informática hace que muchas personas la consideren como la panacea para resolver cualquier tipo de tarea y como la solución definitiva para todos los problemas. Esta creencia ilusoria viene avalada por una publicidad y una terminología que presentan a los ordenadores como unos “seres” capaces de tener “memoria” y de poseer “inteligencia artificial”, susceptibles de ser “infectados por virus” y tantas otras cualidades impropias de máquinas puras y duras.

Esta mitificación de la informática provoca, no pocas veces, frustración en aquellas personas o empresarios que depositan en ella unas expectativas exageradas, pensando que un ordenador hará prácticamente todo el trabajo. La verdad es que la informática es una herramienta que no te reduce la tarea, solamente te permite hacerla más bien hecha y más bien presentada, si la sabes utilizar y trabajar como se debe. Conviene, pues, resituar estas nuevas tecnologías en su lugar adecuado para que no provoquen falsas esperanzas.

Fermí Manteca

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IGUALES Y DIFERENTES (20-07-2001)

Tener sentido histórico es una cosa muy importante. Quiero decir, ser consciente de que nuestra realidad actual, nuestra generación presente, la única que vivimos, es fruto y consecuencia de toda la historia pasada, que nos ha precedido y ha posibilitado que estemos donde estamos.

De esta manera, nos damos cuenta de que nuestra cultura y nuestros rasgos característicos como pueblo se han ido configurando a lo largo de la historia en contacto con otras culturas, otros pueblos y otras maneras de ser, cosa que nos ha enriquecido y nos ha hecho evolucionar. Por eso, a estas alturas, se puede decir que todas las culturas se han ido enriqueciendo por la influencia de otras. Este sentido histórico es bueno que nos ayude a superar la tentación de sentirnos superiores a los demás y a conseguir una humildad cultural que nos permita dialogar, aceptar y colaborar con otros pueblos y aprender a respectar otras maneras de ser y de pensar. Recordemos que este año 2001 está dedicado por la ONU al diálogo entre las culturas.

Estas actitudes de apertura y de diálogo se han de educar y transmitir a nuestros hijos, a fin de que las próximas generaciones, que les tocará vivir en un mundo cada vez más relacionado, no se vean privados de la posibilidad de establecer unas relaciones humanas enriquecedoras con los que son diferentes y, al mismo tiempo, iguales.

Esta semana, en un pueblo pequeño de nuestra comarca, en Sedó, ha empezado el “Casal d'Estiu” que cada año aglutina a un buen número de niños y jóvenes. Este año, el eje de animación lleva por título “Todos iguales, todos diferentes”, y pretende profundizar, por medio de actividades, como el canto, el teatro, manualidades y otros talleres, en estas ideas de la multiculturalidad. Es una manera de hacer una labor educativa en aquellos valores que les ayudarán a saber vivir en paz con el entorno y con los demás, con un espíritu de tolerancia y respeto humanizador.

Fermí Manteca

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TURISMO INTERIOR (13-07-2001)

Estamos acostumbrados a que la mayor parte del turismo se queda en la periferia, donde está la gran mayoría de las instalaciones turísticas y diversiones para atraer a personas de todo el mundo que aprovechan los días de descanso estival para salir fuera, viajar y buscar momentos de reposo en su vida. Es todo un signo de nuestro tiempo y de nuestra cultura la necesidad de salir en busca de algo que dé sentido a la rutina diaria y la transcienda. Y esto lo hacemos en vacaciones, a través del sentido lúdico de la fiesta, de la convivencia y de la diversión.

Este viaje a nuestra periferia está lleno de expectativas, de la esperanza de encontrar lo que nos llene, de la ilusión de conseguir volver de vacaciones reconvertidos en otras personas más plenas y felices. Tanto si optamos por el turismo masificado de la costa o por lo que se llama turismo cultural, como si marchamos a la montaña, las vacaciones se convierten en un itinerario de búsqueda, aunque sea a nivel inconsciente. Una búsqueda que nos es imposible hacer en los meses de trabajo y de ir atareados y angustiados. Pasa, sin embargo, que cuando salimos de vacaciones nos llevamos las mismas angustias que se acumulan durante el año y vamos a lugares donde nos encontramos ajetreados y cansados, de tal manera que cuando volvemos lo hacemos con las expectativas rotas y la esperanza deshecha.

Los grandes pensadores que están en el origen de nuestra cultura occidental, ya reflexionaron sobre ello. Herodoto afirmaba que el auténtico viaje es el viaje interior, al interior de la propia persona. Así, el turismo puede ser el símbolo de esta búsqueda de nuestro yo, que decía el viejo filósofo griego.

Hacer turismo interior. No quedarse en la periferia. Martín Descalzo aconsejaba visitarse a sí mismo, bajar al propio pozo, pasear por el paisaje de uno mismo y visitar los monumentos del corazón. De esta manera conseguiremos que el hecho de hacer turismo y vacaciones nos reporte un bien personal muy gran, porque habremos descubierto algo desconocido que tenemos muy cerca: el propio yo.

Fermí Manteca

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FORMACIÓN HUMANA (06-07-2001)

En todas las empresas cuidan mucho sus instalaciones, de tal manera que destinan una gran cantidad de recursos a su mantenimiento, así como a la puesta a punto continuada de la maquinaria, ya que es un elemento esencial de la producción.

Sin embargo – incomprensiblemente -, la pieza clave de la producción no es la más mimada. Me refiero al personal. A pesar de que el trabajo siempre depende de las personas y los trabajadores son los que pueden hacer que una empresa vaya mejor o peor, la atención a las personas no es objeto primordial del “mantenimiento” de una empresa. Una máquina o un motor es engrasado y limpiado escrupulosamente, mientras que una persona, cuando “se estropea” y baja su rendimiento es fácilmente substituida por otra.

No obstante, últimamente los estudios psicológicos relacionados con el mundo laboral, que sirven de base a la selección del personal, han puesto de manifiesto que no es más rentable la substitución generalizada de las personas, cuando éstas “no funcionan”, que una buena selección de personal; ya que los nuevos trabajadores siempre necesitan un período de aprendizaje y adaptación. Los mismos estudios apuntan más bien a buscar personas con características no sólo de nivel técnico, profesional o de titulación, sino de formación humana y de lo que se denomina “inteligencia emocional”.

Es verdad que una persona que tenga buen carácter, que sepa controlar sus reacciones, que sepa convivir bien con los compañeros, que tenga un buen trato con los demás, será más productiva que aquella que, teniendo más inteligencia racional y más títulos universitarios colgados de las paredes, tenga una serie de defectos que aporte un “mal rollo” a los compañeros de trabajo o a los clientes.

Quizás por ello, el sistema educativo, ya desde las primeras etapas de la enseñanza, tendría que tener presente estos aspectos de la formación humana, porque en un futuro, ya inmediato, serán los que tendrán validez para abrirse camino en la vida.

Fermí Manteca

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OTRO MUNDO (29-06-2001)

No hace mucho hablaba yo con un joven amigo mío, sobre el estado de las cosas en el mundo, sobre los intereses creados a nivel mundial, sobre la globalización económica y sobre las injusticias que todo ello provoca.

Me sorprendió la claridad de ideas de mi interlocutor, el nivel de información que demostraba y el grado de implicación en toda la temática. Más todavía me sorprendió la declaración de impotencia que manifestaba diciendo que las cosas no cambiarían nunca y que no había nada que hacer, ya que las empresas multinacionales continuarían con sus políticas expansionistas, aprovechándose de los más pobres para hacer sus grandes negocios, que los gobiernos de los estados desarrollados continuarían ejerciendo su dominio con la venta de armas y con el incremento de la deuda de los países subdesarrollados y, así, sucesivamente.

A pesar de todo, mi joven amigo había participado no hacía mucho en una campaña de sensibilización contra la multinacional Nestlé y sus métodos empresariales. Supongo que en el fondo creía que sí se podía hacer algo para intentar cambiar las cosas, ni que fuese a nivel testimonial. Yo también lo creo. Las empresas se mueven sólo por motivos económicos. ¿Os imagináis que las que promueven políticas de explotación de menores se quedasen sin clientes? Seguro que cambiarían de estrategia. Si las casas comerciales que promocionen programas de televisión de los llamados “telebasura” viesen que bajan drásticamente las ventas, seguro que cambiarían su publicidad. Si las televisiones se diesen cuenta que se quedan sin audiencia en aquellos programas más nefastos y violentos, acabarían por suprimirlos.

Gracias a esta mentalización, las empresas, cada vez más, están adoptando estrategias de márqueting solidario, destinando un tanto por ciento de los beneficios a ONG a favor del Tercer Mundo. Poca cosa podemos hacer, pero está a nuestras manos estas pequeñas iniciativas para que a poco a poco las cosas vayan cambiando.

Fermí Manteca

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JÓVENES Y VIEJOS (22-06-2001)

La juventud normalmente es un concepto que hace referencia al poco tiempo que hace que uno existe y a medida que se alarga la distancia entre el nacimiento y el tiempo presente, la juventud va decayendo. Un viejo, pues, es aquel que hace mucho tiempo que está en este mundo. Es curioso que siempre definimos la juventud o la vejez mirando al pasado, a los años pasados.

Probemos de hacerlo al revés, mirando al futuro. Un joven es aquel que tiene, previsiblemente, un largo futuro por delante y un viejo será aquel que le quedan pocos años para vivir. Por eso actualmente la juventud se alarga muchísimo y a una persona de 30 años le llamamos joven, mientras que, hace 70 años, quien llegaba a la cuarentena era un viejo porque la esperanza de vida era muy corta.

Mirar al futuro nos puede ayudar a definir mejor estos conceptos que nos afectan a todos y que a muchas personas los hacen sufrir. Este sufrimiento se debe a la idolatría a unos parámetros de estética corporal estándar que se identifican con los jóvenes en edad. A pesar de que en general la vida se ha alargado mucho en nuestra civilización occidental, a nivel particular nadie nos asegura que nuestra propia vida sea de muchos años, ya que la muerte la llevamos dentro y en cualquier momento puede aparecer.

Así tenemos que ya que nadie puede determinar la vida que tiene por delante, la juventud dependería más de la actitud esperanzada que la persona pueda tener y ejercer, que no de la fecha de nacimiento. Mantenerse joven y conectar con la juventud será vivir la vida con esperanza, en todos los sentidos, y por tanto con alegría, mientras que hacerse viejo no depende tanto de cumplir años, sino de vivir la vida sin esperanza.

Fermí Manteca

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AMARSE (15-06-2001)

En nuestra cultura occidental la ética y la moral del comportamiento siempre ha distinguido entre el egoísmo y el altruismo, es decir, entre aquel que se ama así mismo y aquel otro que pone el acento en el amor a los demás o en el bien común. La primera postura es denostada y tenida por un mal, de tal manera que una de las peores cosas con que es puede calificar a una persona es decirle que es un egoísta.

Por otra parte, los psicólogos nos hablan de la bondad de la autoestima y de las grandes calamidades que le pueden pasar a una persona que no tenga esta cualidad humana. La consideran tan importante que muchas de las disfunciones psicológicas, que afectan también al comportamiento, las atribuyen a la falta de autoestima. Puede parecer todo esto un contrasentido: si somos egoístas (si nos amamos a nosotros mismos) nuestra cultura nos señalará con el dedo; si no tenemos autoestima (si no nos amamos a nosotros mismos) los psicólogos nos auguren, por lo menos, una depresión.

Es muy cierto que la naturaleza humana nos empuja, desde el instinto de conservación, a cuidar de nosotros mismos y a mirar por nuestro propio bien, es decir, a amarnos y a ser “egoístas”. Es un hecho connatural. Por otro lado, el propio sentido familiar y social de nuestra manera de ser nos mueve a amar y a salvaguardar el entorno y, por tanto, a amar a los demás. Cualquier exageración, por defecto o por exceso, de una de las dos vertientes anteriores nos hará caer en el desequilibrio.

¿A quién he de amar más, a mí mismo o a los demás? El evangelio, donde queda reflejada la doctrina de Jesús de Natzaret, no es ajeno a la realidad de la naturaleza humana más profunda y nos da una respuesta: ama a los demás como a ti mismo, procura para los demás lo mismo que quieres para ti. Este equilibrio que propone el cristianismo, a lo largo de la historia se ha exagerado en contacte con otras filosofías más dualistas, exageración que nos ha llevado a las contradicciones que apuntaba antes.

La autoestima, pues, es muy importante y ha de ser la medida equilibrada para poder llegar a ser altruista, ya que si uno no es capaz de amarse a sí mismo no estará capacitado tampoco para amar a los demás y a cumplir, así, la tarea social que todos hemos de hacer.

Fermí Manteca

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EL MEDIO Y EL AMBIENTE (08-06-2001)

Esta semana se ha celebrado el día del medio ambiente. Está bien eso de destinar un día a un tema de interés, ya que es una ocasión para reflexionar o, por lo menos, para oír hablar de ello que, de otra manera, pasaría desapercibido.

El medio ambiente tiene una importancia capital porque se trata de la naturaleza que nos alimenta, nos cobija y nos permite continuar la vida sobre nuestro planeta. Cuidar de que no es estropee es esencial; por eso todos los temas que hacen referencia al equilibrio ecológico nos afectan porque de eso depende nuestro futuro.

La revolución industrial y después la tecnológica, la necesidad de producir energía y consumirla, la expansión demográfica y otros fenómenos que se han producido en los últimos 150 años han puesto sobre la mesa la evidencia de que el medio donde vivimos es vulnerable y que contaminarlo es reducir la capacidad de regeneración natural que tiene. Por eso el desarrollo no puede comportar la degradación de la naturaleza. Sería un precio demasiado desproporcionado.

Los gobiernos son cada vez más sensibles a este problema y ya hace tiempo que están tomando medidas para reducir los agentes contaminantes, aunque hayan de luchar contra los intereses económicos que están en juego, pero que nunca serán tan importantes como salvaguardar el planeta. Ahí está, por ejemplo, el protocolo de Kyoto para reducir la emisión de contaminantes y las dificultades de cumplirlo por parte de los EE.UU. Los países de la Unión Europea han decidido que en diez años el 12% del consumo energético ha de proceder de energías renovables y limpias. Salvar, pues, nuestro medio, se ha convertido en uno de los retos del siglo XXI.

Pero no solamente el medio hay que salvar, también el ambiente es importante. La palabra “ambiente” tiene este otro significado: la relación existente dentro de un grupo de personas, cuando decimos, por ejemplo, que en una fiesta hay buen ambiente. También forma parte del equilibrio ecológico la paz, la concordia y el “buen rollo”, ya que todos formamos parte de este planeta vulnerable que tenemos entre las manos.

Fermí Manteca

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EDUCACIÓN DE ADULTOS (01-06-2001)

Una de las características de los animales en general es la capacidad de aprendizaje, capacidad que al llegar a la persona humana alcanza unas cotas muy elevadas de perfección, debido a la evolución del sistema nervioso y a las capacidades mentales y intelectuales que intervienen en todo el proceso.

Cuando nacemos, tenemos grandes potencialidades para aprender y cualquier cosa que pasa a nuestro alrededor puede provocar una serie de reacciones que permiten, más allá de la conciencia que tengamos de ello, el aprendizaje primero de nuestro entorno y más tarde de las relaciones entre las cosas, las personas y el pensamiento.

Los psicólogos han estudiado a fondo este proceso y, sobretodo desde la psicología conductista (aquella que se fija más en la conducta de las personas), se han establecido las pautas que se siguen en todo el mecanismo del aprendizaje. Pero no solo intervienen los postulados de los reflejos condicionados que proponen los conductistas, sino que en les persones hay toda una serie de capacidades, fruto de siglos de evolución, que hay que desarrollar para que la aptitud para aprender no quede detenida al llegar a una determinada edad.

Muchas personas opinan que la edad propia para aprender es la infancia y la juventud, que es la edad escolar, y que a partir de que uno llega a adulto ya no ha de estudiar ni de aprender nada. Este pensamiento hace que muchos adolescentes, en su deseo de hacerse mayores y pensar que ya son lo suficiente adultos, abandonen los estudios, no encuentren un estímulo para continuar el aprendizaje reglado y se manifiesten descaradamente como poseedores de todo el saber del mundo.

La verdad es que siempre, en toda edad hasta la muerte, a no ser que haya una enfermedad degenerativa severa, la capacidad de aprender está siempre presente en las personas. Por eso es tan importante la educación de adultos en todos los niveles, ya que ello nos proporciona la suficiente humildad para no considerarnos en posesión de la verdad como si fuésemos adolescentes y, por otra parte, descubriremos con gozo que se van desarrollando en nosotros actitudes abiertas que nos ayudarán a ser más personas. Ya la sabiduría popular tradicional nos decía que “nunca a la cama irás sin saber una cosa más.”.

Fermí Manteca

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LA REVOLUCIÓN PENDIENTE (27-05-2001)

Todos los historiadores están de acuerdo en datar el inicio de la actual situación sociopolítica europea y, en general, de la civilización occidental en el hecho de la Revolución Francesa de finales del siglo XVIII. Aquellos acontecimientos históricos supusieron el final del Antiguo Régimen y, por tanto el fin de las monarquías absolutas y el comienzo de una serie de transformaciones para Francia y para Europa en general, los efectos de las cuales todavía no se ha acabado de calibrar.

El lema de “libertad, igualdad y fraternidad” se convirtió en el germen de la concepción de los derechos humanos que más tarde, con el nacimiento de las democracias, estarían presentes y invocados en todas las constituciones. Ello dio paso a unas sociedades en que la idea de la libertad, entendida como el más preciado de los bienes, fue sustituyendo a la concepción de la sumisión al poder absoluto y amo de todo y de todos, propio de las monarquías absolutas y de los regímenes totalitarios. Se puede decir que las actuales democracias tienen su fundamento y sus incipientes inicios en aquellas ideas revolucionarias con las que comenzó de hecho el siglo XIX. La libertad de expresión, la libertad de reunión, la libertad de pensamiento, la libertad religiosa y tantas otras, son consideradas hoy en día como uno de los derechos fundamentales de la persona humana y expresadas en las legislaciones de todos los países modernos.

También la idea de la igualdad fundamental de todas las personas que enarbolaron los estandartes de los revolucionarios franceses fueron calando en la conciencia de la gente. Fue en esta revolución, más que en las revoluciones inglesa o norteamericana, que hubo una toma de conciencia de que los hombres nacen iguales ante la ley. Y como estos principios eran fruto de una filosofía y las ideas no tienen fronteras, estos derechos se extendieron al resto de Europa y del mundo. Por eso, la soberanía popular, es decir, la idea de que la soberanía radica en el pueblo, supuso un cambio fundamental. Desde la Revolución Francesa la soberanía ya no tiene su origen en la idea de la dignidad de una persona o de una familia, sino que es expresión de la voluntad del pueblo.

Estos dos principios de “libertad” e “igualdad” han enraizado tanto en nuestra cultura actual y en la conciencia de nuestros pueblos, al mismo tiempo que en nuestras legislaciones, que cualquier atentado contra la libertad o la igualdad origina reacciones viscerales en cualquier persona. Eso pasa también cuando los gobernantes, tentados siempre de ejercer un poder absoluto, intentan limitar aquellos derechos de las personas, obligando a políticas de pensamiento único y, por tanto, con una visión obtusa de las cosas.

Tuvieron que transcurrir muchos años para que las ideas y los principios de la libertad y la igualdad llegaran a ser legislación común en nuestras sociedades, después de pasar por dictaduras y guerras que representaron una marcha atrás inadmisible. Y todavía ahora conviene estar alertas, para que la famosa globalización no atente contra los derechos humanos más elementales.

Una cosa, sin embargo, queda pendiente de aquella Revolución Francesa. ¿Qué ha pasado con la “fraternidad”? En la conciencia de mucha gente y en nuestras legislaciones está aun ausente aquella idea de la hermandad de las personas, de la fraternidad universal y de la solidaridad entre todos los hombres y los pueblos. Han de ser organizaciones no gubernamentales las que pongan en marcha acciones de cara al ejercicio de la fraternidad. Convendrá esforzarse para que se complete en nuestro mundo este tercer principio revolucionario y la fraternidad sea una aspiración a conseguir en este siglo XXI. Quizás el descubrimiento de la igualdad de todos los hombres en el genoma nos ayudará. ¡Ya seria hora!

Fermí Manteca

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